sábado, 4 de diciembre de 2010

Ничто́ 2

Ruperto: Disculpen que recién llego... que mierda les pasa??? han destapado el licor de ajenjo sin avisarme??? el hada verde sobrevuela el primer post de este blog???
me siento traicionado, que por Ничто́ me hubiesen dejado de lado, que por Ничто́ hayan disuelto esta amistad que nos unía, que no hicieran Ничто́ por llamarme y notificarme del licor que estaban por abrir... que Ничто́ les importe más que ser unos narcóticos con nombre (ficticio) y que en nombre de Ничто́ (o sea, tan poco...) resuciten a los muertos, que Ничто́ les haga tener respeto por Ничто́. En fin, exijo una explicación!!!
Ничто́ es más importante para mi!!!!

Nínguno
: Ruperto, querido amigo. ¿Que explicación podría yo darte al respecto? Y como te dije antes, ya estoy hasta las pelotas, el baño fue cálido y seguro que la tormenta me ahogará. Sin embargo, mis vestigios de peste negra, quedarán sobrevolando en el boulevard de las cosas sanas. Nadie podría explicarlo mejor. También quería decirles que Alguién puede aparecer en cualquier momento en defensa, ataque, unión o traición de Ничто, solo ruego que seamos fiel a él y a nadie más, eso es lo fundamental, la esencia de nuestra efímera existencia. No olvidemos nuestras costumbres, comamos empanadas de carne, bebamos bebidas cítricas e intentemos dejar de lado los brotes de soja. Debe ser esta peste negra que llevo encima lo que afecta mis neuronas. Lo siento. Váyanse a la mierda. Los quiero. Ojalá se mueran...

Llegando a esa horrible época

El sol me cae en la cabeza como un yunque, aplastándome al piso. Es diciembre, ese mes maldito mezcla de mucho calor, porquerías de navidad adornando oficinas, comercios y casas por donde quiera que uno pase. Si, ya se que las mujeres más ligeras de ropa no es algo de lo que vayan a oir crítica alguna de mi parte.
Entro en el supermercado, con un aire acondicionado diez grados menos que en el exterior, para mi sorpresa suena la vela por los parlantes... me dedico a pasear sin saber muy bien que comprar, cargo el canasto con alcohol, no sea cosa que tenga que pasar esta maldita época lúcido inclusive... en fin, respiro aliviado, contemplo mi canasto rebosante de gin, ron y un antojo de último momento piña colada, que a la postre se revelará como una real porquería.
Cuando ya enfilo rumbo a la caja, me cruzo a una familia, padre, madre e hijo pequeño contemplando los chirimbolos y demás porquerías que sirven para colgar del arbolito de navidad... una alegoría a la tala indiscriminada de árboles. El niño era feliz, viendo las pelotitas de colgar en árbol que están a su altura... digamos en los estantes más abajo, cosa que yo festejaba desde la distancia de la caja, pues hacía que su bastante buena madre tuviera que agacharse, dejando a buena parte del supermercado disfrutar de su buen culo... mientras el padre se veía visiblemente molesto. Desde la caja una voz de mujer molesta me dice, vas a dejar de verle el culo a la mina y pagar o que???
Miro el culo dos segundos más. Luego, inmutable pago y me voy. Las calles parecen llenas de vida y la humedad es agobiante. Gente que pasa rozándome, el ruido de los autos y pienso que todo es una mierda. ¿Porqué me tocó llegar aquí? me pregunto.
Pasa una rubia y creo que me mira, me miento a mi mismo pensando que tal vez yo le pudiese interesar, mi desdichada desidia se esfuma unos instantes. Luego vuelvo a mi apatía voraz. A mi alrededor todo brilla y yo tan opaco. Sigo mi camino.
Para mi suerte observo lo siguiente: una vieja muy bien vestida, sentada debajo de un árbol recibe el excremento líquido de una paloma (grande se supone, por el tamaño de dicha sustancia) en su bonito sombrero. Sonrío feliz. Abro la botella de ron y tomo un largo trago. Escapo al letargo y siento la vida en mis venas. Que corto es todo, que amarga miseria.
Es esta horrible época. Otra vez.
Llego con mi paso cansino al mar. Desciendo y camino por las arenas. Los peces muertos emiten un olor espantoso que me encanta, me llena los pulmones. Ring! Suena mi celular, sin ni siquiera ver quién es el que se entromete en mi tiempo, agarro el aparato y lo lanzo lejos, dentro del mar. Me siento un poco más libre que antes.
De repente siento que alguien toca mi hombro. Una voz femenina que pide fuego. En ella encuentro un dejo de mi propia tristeza, de mi propia voz. Su tono expresa, sin embargo, el conocimiento de secretos compartidos, viejísimos, que de tan humanos resultan casi comunitarios. ¿Cómo es posible que esa música divina suene tan jodidamente triste? Sabe más que yo. Sufre más que yo. Siento una especie de emoción agobiante, una ternura casi física: la de la primera caricia. Al fin me vuelvo y mis ojos se encuentran con los suyos. En ese instante se me antoja extraño que esos ojos, que no me conocen, sean capaces de reflejar todo lo que soy. En ese instante se me antoja cierto que, cualquiera sea su origen, soy en parte culpable de sus lágrimas.
Mi devoción por tal ternura hace que mis ojos también se llenen de lágrimas. A nuestro alrededor los grises nos envuelven. La gente ya no camina, ni emite ruido alguno. Ella toma mi mano y gesticula, pidiéndome que la acompañe. El movimiento de las olas nos guía en la arenas, arenas llenas de antiguas huellas, llenas de mugre y cosas traídas de otro lugar. Ella me mira calma a través de sus ojos de vidrio. Se hacia donde estoy yendo. ¿Por qué me tocó llegar aquí? Me vuelvo a preguntar.
Ella aprieta mi mano y me da tranquilidad. Ella sabe quien soy y quiere compartir mis pasos. Su belleza ancestral parece la máxima obra de Dios.
Suelto la botella y la espuma moja la cama, resaca de una noche que se fue.
Miro al espejo y un extraño me responde con una mueca parecida a una sonrisa. Me pongo una camisa por encima de la camiseta, intento parecer un ser humano y salgo a la calle de nuevo. En una mañana que para el resto es mediodía. Veo familias felices con caras felices desfilar frente a mi, niñas devenidas en mujeres prematuras que me miran extrañadas. Si, alguna de tu tipo ya pasó por mi cama, ¿será algo así como un polvo lastimoso? ¿la ofrenda de una virgen a un dios de mierda? ¿a una reliquia del pasado? Ni siquiera era virgen de todos modos.
Si señora madre, le estoy mirando el culo. Pasa que me recuerda a alguien de quien me enamoré hace un tiempo.
Entro al supermercado, la música navideña suena por lo bajo, atravieso las góndolas interminables buscando un buen vino, o uno promedio al menos. En realidad solo aspiro que sea de botella... ¿es tanto pedir? La cajera me mira con cara de desaprobación. Otro viejo borracho se dirá para adentro, aunque se que en algún punto se pregunta cómo será llevar a este perro mojado a su cama. Quizás no, pero al menos era reconfortante.
Miro hacia atrás. La madre se agacha a levantar a su niño y le miro el escote. Nuestras miradas se cruzan, ella esboza una sonrisa. El padre detrás mira las petacas de whisky y yo le hago una broma, ella se ríe. El padre me mira desafiante.
- Disculpe, me distraje con algo que vi, le respondo a la cajera que mira la escena divertida a la espera del dinero. En ese momento pienso que podría coger con ambas.
Una especie de venganza a la navidad, no suena nada mal. La imagen de Santa Claus sangrando por el culo y con su cara deshecha, es la vida transformada en arte.
Veo que la cajera anota un numero de teléfono en el ticket de mi compra. Acerco mi rostro hacia ella y digo:
-¿Que me das? ¿El número de tu psiquiatra?
Su cara se transforma en humillación y ahi me doy cuenta de que, efectivamente, era una chica psiquiátrica.
Las calles son una mierda, el clima es una mierda, la gente es una mierda, yo soy una mierda. La brisa sobrevuela el tizne patetico de mi existencia. Tendría que escuchar su voz, sentirla a ella, hasta que eso no pase, todo seguirá igual.
Es esta horrible época. Otra vez