miércoles, 8 de febrero de 2012

El sabio

A pesar de todo era una noche hermosa. Dejé atrás árboles y cabañas viejas, en los flancos del camino de tierra se escuchaban los grillos y las ranas. Caminé cabizbajo unos cuantos metros y empecé a sentir la arena entre mis pies. Franqueé un matorral lleno de juncos amarillentos y divisé el río.
Me senté a pocos metros del agua, el panorama fue fascinante. El rió era más negro que la noche, quieto, silencioso, acechando escondido entre los roces del viento. Las constelaciones caían como una manta balsámica sobre todos los seres vivos del lugar. Grandes barrancos se vislumbraban al otro lado del río.
Saqué de mi camisa la petaca de whisky y tomé un sorbo. Familiares que morían. Valeria, mi amor, estaba lejos, en brazos de otro hombre tal vez. Era un día de esos en que la soledad te aplasta con toda su inclemencia. Quise llorar, pero no lo hice, llorar era para los mariquitas.
En la orilla, un cangrejo movía sus pequeños ojos bajo el reflejo pegajoso de la luna. De pronto, una figura humana comenzó a emerger desde las profundidades del agua dirigiéndose a mí
-¡Puta madre!- dije arrastrando el culo unos metros hacia atrás.
La figura resplandeciente de color celeste avanzó hasta ponérseme a poca distancia, levitando en el aire a dos metros (más o menos) de la arena.
Me paré. Vacilé entre salir corriendo y esconderme o hacerle frente.
-Ha llegado tu turno.-me dijo con voz rígida y distante.
Miré a mis costados y solo vi la desolación de la playa.
-Has sido elegido luego de un exhaustivo proceso de selección para unirte a nosotros.
-¿Ustedes?
-Te unirás a nosotros, conocerás las verdades del cosmos y el universo, de dios, de los hombres. Lo sabrás todo.
-Ah.- me limité a expresar.
-Pronto te elevarás y serás un elegido entre los hombres.
Miré mi petaca y dudé de mi cerebro. Tomé un largo trago.
-Gracias, pero no.
-¿Te estás negando a este regalo divino?
-Supongo que sí.
-Eres el primer ser que se niega a ello.
-No es mi intención serlo. Lo lamento.
La figura dio la vuelta y se perdió en la inmensidad del río dejando en el aire un rastro brillante.
Me volví a sentar. ¿Qué tan lejanas estaban las estrellas? ¿Qué misterios albergaba el mar? ¿Donde estaría ella?
A pesar de todo, seguía siendo una noche hermosa.



De tanto en tanto las estrellas me respondìan con un titilar que decìa algo asì como: -no seas idiota, tenès que olvidarla, entonces miraba al mar y las olas me traìan sus ùltimas palabras como un susurro: -no mires atràs.
Y no hago màs que hacerlo, no hago màs que rechazar los màs hermosos milagros del mundo, a los àngeles que bajan a besarme mientras lo echo todo a perder por no sacarla de mi cabeza.
Empino la petaca, que whisky màs malo. Me siento un rato en la arena seca y miro al horizonte.
Desde el agua sale la figura de color celeste nuevamente, sos un tarado me dice al oìdo. Venite con nosotros, acà no hay dolor.
- Si no hay dolor tampoco hay felicidad entonces, no? respondì hacièndome el sabio.
A lo lejos otra figura celeste, ya lejos de toda formalidad le grita al que estaba a mi lado, - Dejalo Miguel, este ta perdido, venite que ya està el asadito.
Y ahì estaba yo, con el mar, las estrellas, el mundo entero ignorante de la pena màs grande que se conozca y ella siguiò su vida, fue feliz y yo no puedo salir de aquel dìa.